Cuenta la historia que durante la época de caza de brujas, estas, aterrorizadas por su posible destino, se convertían en conejos con el fin de entrar libremente a los hogares y no ser maltratadas.
En los tiempos invernales era común en Europa que los animales tales como liebres, cerdos, vacas y otros críables en granjas, entraran en las casas y sean aprovechados como fuente de calor con el fin de combatir el crudo frío nival. A su vez muchos otros eran destinados para la consumisión y la subsistencia.
Cuando las mujeres estaban embarazadas solían sentarse en un lugar resguardado del hogar y mantener liebres en su regazo. A modo de tregua, el animal otorgaba calor mientras la mujer grávida le daba leche materna. Las brujas aprovechaban esa costumbre para, convertida en conejo, beberla.
Esta creencia fue mantenida por largo tiempo entre los europeos de la época y muchas veces, cuando la piel del animal no se quitaba fácil a la hora de cocinarlo, se decía que la víctima era en realidad una bruja convertida.
Sus patas eran tenidas en cuenta como remedio para la gota y otras enfermedades. Para ello la articulación de la pata debía estar intacta.
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